Texto: María Isabel Restrepo – Banner: Age Barros
Que uno de los íconos del lujo francés, Louis Vuitton, haya permitido que una artista y escritora japonesa irreverente, muy “pop” y psicodélica, Yayoi Kusama, interviniera la imagen y los diseños de la marca, ya dice mucho. El pobre Bernard Arnault (hombre más rico de Francia y dueño del imperio LVMH – Louis Vuitton Moet Hennessy) posee el conglomerado de empresas de lujo más grande del mundo. Y además esta marca da la mitad del nombre a su holding, compartiendo honores con la deliciosa champaña Moët Hennessy.
Louis Vuitton fue fundada en el siglo en el que las más prestigiosas empresas de lujo fueron fundadas: XIX, más exactamente en 1854, con la idea de convertirse en la marca de los viajeros por excelencia. Su nombre original era Louis Vuitton Malletier hasta que Arnault vio la posibilidad de enriquecerse aún más y como olfato no le falta, la compró como ha comprado a Loewe y a tantas otras. La marca, al ser de lujo, lleva como parte de su honor su tiempo de fundación y el orgullo de los franceses, de lo cual no carecen precisamente. Yayoi Kusama, quien, recordemos, se internó por su propia voluntad en un hospital psiquiátrico en 1977 donde sigue viviendo, se atreve a revolucionar de manera estridente las fachadas de los edificios y el diseño de las carteras con la introducción de colores primarios muy saturados y planta en la vitrina del Louis Vuitton de la Quinta Avenida, como en varios otros, su figura de cera, ella con el pelo rojo Ferrari y ataruga de caminos de puntos de todos los tamaños la fachada.
Puntos hasta el techo y muchos, miles, hasta que el edificio resaltaba aun más a muchas cuadras de distancia. Flores carnívoras muy pop, muy exageradas y tentáculos blancos punteados de rojo alrededor de su figura y de las carteras casi violadas por esta invasión de su “privacidad” monocromática que había distinguido las Neverfull entre tantos otros diseños con su austero logo LV tan codiciado por tantas mujeres (…y hombres).