Texto por: Natalie Sánchez    |   Fecha de publicación: Noviembre 15, 2015

“I don´t like standard beauty.
There is no beauty without strangeness”
–Karl Lagerfeld

Primero, la entrada.

Alguien me sigue mientras camino hacia la puerta. No veo a nadie al salir del ascensor. Sigo caminando hasta que comprendo la sensación; frente a mi está la puerta de entrada a la casa de Andrea y desde la chapa me devuelve la mirada un ojo de juguete, de esos que al moverlo pestañean. Una escena digna de una película de Buñuel. Volteo a chequear las otras entradas. Todas uniformes. Entonces me doy cuenta que no es una extravagancia de la constructora, sólo el apartamento al que quiero entrar lo tiene, me hago a la idea que hace falta ser una artista para ocupar los espacios que se necesitan sin importar las convenciones de “orden”.

Se abre la puerta, soy invitada a pasar a la cocina. Hecho un vistazo rápido hacia la sala. Es la pesadilla de Ikea, no hay muebles puestos con los que usualmente los libros de texto identifican a las salas. El único sobreviviente al tornado creativo que lo ha tomado todo es un sofá, que hace las veces de atril de instalación, porque sobre él descansa una gran serpiente plateada que ocupa tod0 el espacio de donde deberían sentarse las visitas.

En los anaqueles hay especias, te y radiadores. Sobre la mesa, tiene una pieza en desarrollo, un rectángulo de un metro por cincuenta aproximadamente, con la mitad de las laminillas arregladas. Mientras el agua hierve, le cuento sobre la página y la intención de la visita. Desde lo poco que he visto en la cocina se ve que un tour por la casa de la artista colombiana Andrea García, es un paseo por su cabeza y su corazón.

Pasamos a una sala interna, en donde aunque hay espacio para sentarse, no es menos surreal que la entrada: un televisor tapiado con una imagen de las señoritas de Avignon, una estatua del Divino Niño dorada y una larga pieza hecha con tapas de aluminio que ocupa buena parte del pasillo, son testigos que la artista vive con lo que la inspira a su alrededor y con su obra porque son una sola.

Mis amigos me dicen, ¿cómo hace un hombre si quisiera vivir contigo? aquí no tiene espacio. Pero yo creo que si alguien comparte mi vida, comparte mi pasión y esta también sería su cas.El pasillo principal, lo corona su primera obra, una fotografía en varias capas translúcidas con una luz posterior que cambia de aspecto en tanto el observador se mueve respecto a ella. Me pregunta qué veo. Yo cierro un poco los ojos y ladeo la cabeza para tratar de encontrar algo. Ella me pasa un pedazo de plástico que sirve para unir un six pack de latas y me pone en la mano un cristal para que vea el plástico a través de este. Se ve una figura caleidoscópica, y entiendo que esa es la fotografía de la obra.

La descripción en palabras se queda corta, el efecto cinético sólo se comprende cuando se está en frente. Esta pieza que parece viva, a medio camino entre lo fotográfico y lo audiovisual, no la ha querido vender a pesar de varias ofertas de compra porque le recuerda constantemente uno de los pilares de su trabajo: la transformación. Desde sus experimentaciones con los materiales de deshecho, hasta su obsesión por cubrir los objetos más diversos con laminilla de oro (grillos, piedras, abejas…) Andrea está fascinada por el cambio de percepción. La metamorfosis la seduce. Es una alquimista de materiales y de formas.

-No todo el mundo lo cree, de hecho mucha gente de nuevas generaciones estaría en desacuerdo conmigo, pero para mi, el oro, es lo más preciado. No sólo por su belleza, sino por sus bondades como material.La mutación de la energía para ella un tema muy importante. Lo que se manifieste en nuestras vidas depende de nuestro poder de decir qué hacer con la energía que tenemos disponible, desde una gran alegría hasta una gran ira.

¿Cómo llego a esta conclusión que puede sonar tan clichè? Cuando llegamos a su habitación, veo que su trabajo/vida/intimidad inunda absolutamente cada rincón de su casa. En un mueble de techo a piso en frene de su cama, están dispuestos pequeños nichos de espejo, con juguetes y figuras en miniatura cuidadosamente dispuestas.

-Son escenas de amor que deseo tener con quién comparta conmigo.

Me imagino estos dioramas tan íntimos perfectamente en una exposición, de hecho, toda la casa de Andrea es su museo personal, los vecinos en su conjunto que han de asomarse curiosos a ver sus ventanas abiertas de par en par se preguntarán, qué pasará a diario en esa casa. Yo me lo pregunto.

Lo primero que veo después de entrar es un armario con puerta de vidrio y en su interior, varios niveles de repisas iluminadas. Del techo al piso la llena una colección de juguetes y ornamentos alineados como por un niño muy escrupuloso. Está en un corredor aledaño, lo veo y no aguanto la curiosidad y a punta de preguntas procuro que me lleve allí. Es una línea del tiempo. Ordenados, limpios y alumbrados como en un altar; los juguetes que hicieran que Nadín se enamorara de ellos por primera vez. A diferencia de muchos amores, este sobrevivió a la “adultez” e influenció su obra por completo. No todos son de Disney, pero hay un par de ellas muy importantes para la colección.

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