«El único sentido de las cosas
Es no tener sentido oculto.»

– Fernando Pessoa.

Ciertas cosas existen y son bellas (o útiles), y ciertas otras parecen milenarias y eternas. Las segundas están creadas desde la armonía y la brutal sencillez. Tal vez por eso trasciende los significados, los transfondos, las especulaciones y cualquier tipo de definición que la mente humana pueda inventar; se instalan en el campo de lo innato, armadas únicamente de un lenguaje o una técnica.

Independientemente del autor, el mensaje, las barreras culturales, el tiempo o los estilos de vida; estas cosas tienen vida propia y por eso son valiosas, generan continuamente esa misma “saudade” que las formaciones montañosas nos inspiran cuando nos descubrimos insignificantes, predecibles y envueltos en algo más valioso que nosotros mismos: la existencia misma.

El trabajo de Manuel Hernández habla por sí mismo y no necesita recurrir a otra cosa que a los sentidos para ser apreciado. No son necesarias las palabras de nadie, porque Manuel tiene su propia voz (y poesía), y aquel mundo es un manifiesto de su propia angustia.

Como escribe Pessoa: “Si vale lo que escribo, no es valer mío/ el valer está ahí, en mis versos./ Todo esto es absolutamente independiente de mi voluntad». Lo importante son las obras (cosas que dejamos) y no el autor, pues ¿cuál es el sentido del arte sino el de trascender en medio del mar de muerte, consumismo y superficialidad en el que nadamos y nos reproducimos?

Es reconfortante poder contemplar sin pretensión y habitar por unos segundos estos templos donde no se necesitan respuestas.

Fotos por: Manuel Hernández Ruíz / Cortesía de SGR    |  Texto: Santiago Trujillo    |    País: Colombia 

Fecha de publicación: Junio 16, 2016

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